El párroco de una zona rural de La Rioja reflexionó en Mañana Sylvestre sobre la muerte de Francisco y cómo queda la Iglesia argentina tras su partida. Su mensaje fue claro y humano: “El gran legado de Francisco es la compasión. En un mundo de violencia y crueldad, él mostró que el otro tiene que estar en primer lugar”.
El sacerdote Guillermo Fernández Veret tras una intensa Semana Santa en los siete pueblos que atiende en la provincia de La Rioja, se enteró del fallecimiento del Papa cuando una radio lo llamó para pedirle su testimonio. “No fue del todo inesperado, sabíamos cómo estaba, pero uno siempre tenía la esperanza de que pudiera quedarse un poco más”, confesó.
Para Fernández Veret, la figura de Francisco fue polémica para algunos, precisamente por su humanidad: “Es un hombre del Evangelio, y eso hoy genera incomodidad. Su papado se puede definir con una sola palabra: compasión. Pero no como sinónimo de lástima, sino como la capacidad de sufrir con el otro”.
Al trazar paralelismos, recordó a dos grandes inspiradores del pontífice: Juan XXIII y Pablo VI, “los papas del Concilio”, que intentaron acercar la Iglesia a las esperanzas y dolores del mundo.
Sobre el impacto local del papado, dijo que hubo una renovación en el episcopado argentino, con “una pastoral más centrada en el Evangelio”, aunque sin ingenuidades: “No todos piensan igual, pero se marcó un cambio cultural y espiritual profundo”.
También apuntó a la actualidad social que atraviesa en carne propia en su comunidad: pobreza creciente, adicciones, ludopatía. “Cuando llegué acá, jamás pensé que iba a encontrarme con chicos en problemas por la droga. Y sin embargo, está en todas partes. Eso también es parte del barro de la humanidad”.
Citando al beato Angelelli, Fernández Veret dijo que ser fiel al Evangelio es “meter los pies en el barro”. Y concluyó: “Esa, entre comillas, mundanización de la fe es la verdadera santidad. No me preocupa quién saldrá del cónclave, sino cómo salimos como comunidad de estos 12 años de Francisco”.